Juntos por el Cambio decidió que el gobierno nacional no tendrá, de seguir por este rumbo, chances reales para las elecciones del año que viene por lo que cualquier tipo de colaboración responsable quedó descartada. En ese razonamiento, no tendría sentido mostrarse junto a una gestión que empezó a caminar hacia su final, básicamente para no absorber, por una cuestión de cercanía, índices negativos en imagen e intención de voto. Pero ese distanciamiento, predecible, tomó la forma de clima de desestabilización. Con mayor o menor intensidad, la dirigencia opositora optó por fogonear no el fin del Frente de Todos camino al 2023 sino el sueño, siempre presente, de crisis terminal del peronismo.

"Yo me quiero hacer cargo ya de la gente. La gente no puede esperarnos a nosotros hasta el 2023, desde ahora tenemos que accionar y actuar frente a un gobierno que es un agujero negro", dijo Patricia Bullrich, presidenta del PRO, esta semana. La dirigenta amarilla, precandidata anticipada, se convirtió en una de las figuras con mayor impacto mediático. La permanencia en las pantallas obligó, en el último tiempo, a una radicalización de los discursos políticos. Ejemplo de ello es Javier Milei, que llegó a hablar de venta de órganos, niños o portación de armas para lograr un lugar en los titulares. 

Las declaraciones de Bullrich fueron a título personal y producto del riesgo del vivo mediático. Como también ocurrió con el famoso "camino irreversible" de la dolarización que, después, intentó ser aclarado. En este caso, según se buscó explicar desde su equipo a El Destape, en realidad se refirió a una acción opositora temprana desde los lugares institucionales ocupados por JxC con propuestas para lograr tres objetivos: la no emisión, que los alumnos tengan una hora más de clases por día y el avance hacia la formalización laboral.
 

Lo cierto es que, más allá del rechazo público a una posición orientada a un escenario de crisis absoluta y elecciones anticipadas, el clima que se generó desde la alianza no fue el mejor. Desde la instalación de una figura presidencial desgastada hasta la afirmación de un supuesto golpe de Estado desde dentro del Frente de Todos, como lanzó Elisa Carrió. A estas posturas se sumaron, por mencionar algunos casos, las declaraciones de Miguel Ángel Pichetto para "dignificar" a las Fuerzas Armadas en materia salarial, contrastando sus ingresos con los de los "planeros". O, casi en sintonía, el planteo de Aldo Rico que pidió "estar al lado del Ejército si las circunstancias se pronuncian".

A esos dichos se le sumaron cuestiones más diminutas, pero igual de significativas, como el uso del lenguaje. Palabras como "descalabro", "falta de rumbo" "incertidumbre" o "fuego" llegaron para fomentar la instalación de un clima de inestabilidad que, en el fondo, obedece a una intención de larga data, la de ponerle fin al peronismo como opción electoral de peso. Ganar las elecciones necesarias para que ese movimiento quede en un lugar relegado de la política nacional.

Bullrich, al menos por un sector de la oposición, es considerada una persona racional. Que puede tener discursos orientados hacia un núcleo duro muy enojado con el gobierno pero, al mismo tiempo, negociar posiciones hacia adentro y reconocer determinadas posturas de los aliados. Algo que, por ejemplo, no ven en Mauricio Macri. Pero también hay quienes consideran que a ella le vendría bien, estratégicamente, una situación de desestabilización absoluta porque un escenario de ese estilo favorece a los proyectos más "autoritarios".
 

De todos modos, la postura que por el momento predominó en la alianza fue la de fomentar el desgaste progresivo del peronismo para evitar que sea competitivo en las elecciones venideras y las posteriores. No convertirse en un gobierno de emergencia, con baja legitimidad, sino ganar en 2023 y desde ahí imponer los nuevos lineamientos. No sólo por la incómoda posición en la que quedaría la coalición opositora sino también porque aún no se terminó de delinear el famoso plan salvador ni se resolvieron las feroces internas en Juntos por el Cambio y sus partidos.

Así, el gobierno que iniciaría el año que viene, a su juicio de su signo político, sería un gobierno de transición. Pasaje del modelo kirchnerista a uno macrista o cambiemita, dependiendo del protagonismo que puedan ganar los distintos sectores. Por eso, una de las frases más repetidas fue la de "este gobierno tiene un mandato de cuatro años" y deberá cumplirlo con la responsabilidad absoluta de lo bueno o lo malo que pueda suceder, borrando por completo el origen de esta realidad cuyo nacimiento lleva el sello de Cambiemos.

La situación económica actual permitió, y así lo aprovechó la oposición, la instalación del discurso de "con Macri estábamos mejor". La apuesta no sólo pasó por el olvido del periodo 2015-2019 sino su revalorización. Aventura en la que incluso se embarcó Mauricio con recorridas riesgosas, por una cuestión de imagen, en el conurbano. Una prueba de fuego para saber cuáles son los límites y las posibilidades de cara al año que viene. De ahí la importancia de profundizar la crisis, condición fundamental para intentar el segundo tiempo.

Fuente: El Destape