La profundidad de la interna de Juntos por el Cambio ha sido disimulada en parte desde 2019 a la fecha por dos factores bastante evidentes. El primero es un formidable blindaje mediático, casi inédito en la historia democrática de nuestro país. Los medios de la derecha, que son casi todos en la Argentina, han sido un amortiguador permanente de rencillas cambiemitas. El segundo -para nada menor- fue el atronador conflicto intestino que atravesó durante todo 2022 a la coalición de gobierno.
 

Tanto un elemento -vinculado a la unidad de intereses de la derecha mediática- como el otro -mucho más lógico teniendo en cuenta que la responsabilidad de gobernar es superior al rol de oposición- no pudieron ocultar por completo las heridas ni los pases de factura por la estruendosa derrota de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal en 2019.
 

En efecto, a pesar de que en ese momento también hubo intentos de menospreciar las evidencias, perder en el primer intento reeleccionario deja siempre secuelas. Y en ese tránsito se encuentra la alianza opositora más allá de que la situación que ellos dejaron, el contexto internacional de pandemia y guerra, y los propios errores del Gobierno les permitan mirar esperanzados a las elecciones del año que viene. Por eso el camino no está exento de tropiezos.

En las últimas reuniones, el denominador común ha sido el apuro para tener un verdadero programa de gestión para 2023. Hasta ahora eso se proclama pero no se tiene y el tan mentado trabajo de los equipos técnicos es más una entelequia tribunera que una realidad. Porque en definitiva, en este y en otros temas, la principal carencia de la alianza no es distinta de la que sufrió el oficialismo al menos hasta la llegada de Sergio Massa como ministro de Economía: la falta de un liderazgo claro para definir el rumbo.

En varios de las polémicas que hoy enfrenta Juntos por el Cambio puede verse esto y el "episodio Carrió" no fue la excepción. Como en cualquier rejunte de fuerzas heterogéneas el problema de hasta donde ampliarla se ha presentado varias veces entre las huestes cambiemitas. Pero hasta 2019 la palabra de Macri era la que zanjaba discusiones de ese tipo. Evidentemente, hoy ya no sucede lo mismo.

 

El enojo que provocó a Macri un encuentro de sectores cercanos a Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli junto a peronistas con ganas de ser seducidos como Juan Manuel Urtubey no era un secreto cuando Elisa Carrió decidió hablar. De hecho, se conocía desde hace semanas la idea del expresidente de llevar como propuesta al almuerzo del PRO una instancia en la que se pudiera fiscalizar algún tipo de “pureza de origen” para quienes se quisieran incorporar a Juntos.

En este contexto, la afirmación de Carrió de que la llegada de Massa al Gabinete salvó a Juntos por el Cambio porque eran muchos los que tenían acuerdos ocultos con él cayó como una bomba. Pero como una bomba que cae en un campo minado. La reacción fue rápida porque los ofendidos eran muchos (Carrió atacó con nombre y apellido). Patricia Bullrich, Rodríguez Larreta y Gerardo Morales fueron los primeros en condenar.
 

Los agraviados pertenecían a todos los sectores: Cristian Ritondo, Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, Facundo Manes, Gerardo Millman y varios más cayeron bajo el rayo moralizante de la Lilita. Se sabe, nadie en la Argentina ha sido tan investida como ella para pontificar acerca de qué está bien y qué no en la política. En ese status la pusieron sus propios aliados políticos pero también los magistrados que corrían ante cada denuncia y disimulaban las posteriores inconsistencias probatorias y los medios de comunicación que nunca le preguntaron cosas básicas a la chaqueña tales como de dónde sale su información y cuál es su relación real con los organismos de inteligencia.

La alianza cambiemita parece haber probado de su propia medicina esta vez. Y más allá de que en el almuerzo del viernes en la Costanera nadie se atrevió a vincular a Macri con sus dichos, no son pocos los que identifican su planteo de controlar la pureza del espacio con las acusaciones de Carrió. Macri quedó a contrapierna y él mismo tuvo que aceptar que Juntos por el Cambio debe neutralizar a Carrió para que no zozobre la unidad. Lo sabemos, en las dos coaliciones la palabra más mencionada es unidad. En un pasado que todos recordamos, las abuelas solían sentenciar “dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces”.

Pero quizás haya que volver por última vez al tema del liderazgo. Si el terremoto que desató Carrió se vio potenciado por su falta, aislarla no resuelve nada. Carrió no parece ser el problema de Juntos. El problema es Macri. El expresidente no termina de aclarar si pretende competir o no, tampoco si quiere un lugar central a la hora de decidir candidatos o si se dedicará a jugar la bridge o a atender asuntos de la siempre turbia Fundación FIFA.
 

Por momentos se muestra como un acumulador entusiasta de millas aéreas y por otros como el dueño de la pelota. Y nadie se le termina de animar del todo. Su necesidad de reivindicación es tan grande que se vuelve incluso hacia sus socios.

El día posterior a las PASO de 2019, Macri se mostró enojado con los electores, permitió una corrida cambiaria descomunal y acusó al kirchnerismo del desastre de su gobierno. Dos días después pedía disculpas aduciendo que había dormido poco. Varios lo habían convencido de que no era bueno mostrarse colérico frente a un revés electoral, por más apabullante que fuera.

En el fin de esta semana dirigentes como el intendente de Pinamar Martín Yeza y su mano derecha, Fernando de Andreis publicaron un video de aquella conferencia de prensa reivindicando el exabrupto del entonces presidente. Macri aún continúa resentido con quienes lo forzaron a pedir perdón y confía en que si el actual gobierno no puede superar la crisis, él será revalorizado. Necesita de un desastre ajeno para que la gente olvide el que él propició y a eso viene apostando, obviando, ahora sí, molestas autocríticas. Otros en su propio partido saben que un desastre puede no terminar reivindicando a nadie sino arrastrando a todos.

Fuente: C5N