El Secretario General de la Agrupación juvenil Los Irrompibles, columnista en varios medios locales y especialista en política internacional, sobre la tarea que realiza a nivel nacional donde busca junto a un grupo de coordinación, variantes argumentativas y discursivas para convencer -con la puesta en marcha de nuevas herramientas- a los sectores más reacios a la política.

Además, le consultamos sobre otra de las curiosidades que rodean a este novedoso personaje de la política santiagueña y que nos llevaron a concretar el reportaje: su ferviente inclinación hacia el partido político español morado surgido en 2014, que en la semana cumplió sus jóvenes cuatro años de vida. Hablamos de Podemos y de su admiración por esa experiencia política que deslumbra al mundo y que hoy intenta dar el golpe a las oligarquías financieras más grandes del planeta.

– A pesar de tu larga militancia en el medio local, ¿qué cosas influyeron en vos para llevarte a estudiar fenómenos de otros países del mundo?
– Bueno, no es algo que me haya pasado ahora. Desde muy chico admiré España y quizás ese pueda haber sido el combustible que me ha llevado a estudiar su vida política. A partir del fenómeno de los indignados (el llamado 15-M) profundicé mis estudios sobre el país ibérico y esa experiencia me ha ido trasladando a toda Europa y luego a mirar más detenidamente el mundo. También estoy estudiando prácticas como las de Mélenchon y su “Francia Insumisa” o al movimiento Syriza de Alexis Tsipras en Grecia.

He seguido de cerca a Rafael Correa y su plan en Ecuador, al Movimiento MAS de Evo Morales y algunos otros en América Latina como el Frente Amplio de Chile. Eso pasa porque en mi espacio político intentamos dar otra vuelta de tuerca al pensamiento y la estrategia política. Me parece que hoy las circunstancias nos obligan a esforzarnos por extender las fronteras para dotarnos de una caja de herramientas alternativa. Me pasa que leo los manuales de Ciencia Política y muchas veces las coyunturas, que siempre son especialísimas, no encajan. Es lógico porque las herramientas políticas se diseñan para una situación contingente, no todo es aplicación de una especie de “manual de instrucciones” sino que se necesita aplicar técnica con mucho de inventiva e impacto.

– Y en particular, ¿qué te llevó a estudiar la experiencia política del movimiento español Podemos?
– Podemos es una especie de hipótesis de laboratorio apasionante porque es un sueño colectivo que comienza a salirse de los libros o de las facultades para convertirse en realidad. Es un grupo de estudiantes, profesores y militantes sociales que decide despegarse de una posición testimonial y formar una herramienta para intentar la ruptura del régimen posfranquista de 1978. Hay un momento donde el movimiento de los indignados sufre un proceso de desmovilización, donde gana la desesperanza y la gente deja de pensar en la “revolución” y se vuelve a casa con las manos vacías. Más aun luego de la histórica victoria del Partido Popular en ese mismo 2011. Los de abajo empezaron a ver como se desdibujaba su esperanza y pensaron que no había forma de ganar. Bueno, Podemos arranca en 2014 y ha tenido un claro éxito político que debe concretarse en el futuro con la conquista del gobierno. Lo que sí, estamos seguros que se ha abierto un pequeño hueco en el sistema bipartidista español y hoy el color morado ocupa un lugar de centralidad en la política española. Soñamos con Podemos gobernando una España federal y republicana, y creo que se logrará en algún momento.

– ¿Soñamos? Veo que tienes una identificación fuerte con Podemos…
– En la actualidad vivo como un podemita más, soy afiliado al partido en Madrid, estoy conectado de manera permanente a cada noticia de Podemos. He tenido algún contacto con los miembros del partido y en particular con Iñigo Errejón, de quien soy un gran admirador. Colecciono toda su bibliografía y me ha ayudado a moldear algunas ideas respecto a los conceptos teóricos como la hegemonía o la irreversibilidad relativa de las transformaciones, la construcción de un pueblo y en particular a entender el papel que juega el diseño discursivo y el argumentario en las plataformas políticas para construir comunidad. Mis amigos no lo pueden creer (risas) pero me considero gramsciano y laclausiano, aunque me definiría intelectualmente como errejonista. No en el sentido de las disputas internas en el aparato partidario, no hablo de Vistalegre ni nada de eso, porque también admiro a Pablo Iglesias (Secretario General), sino desde el plano intelectual y la combinación de la práctica y el laboratorio político. Quizás la cuestión cronológica genere ese acercamiento y cree esa identificación. Probablemente sea el santiagueño más “podemita” que hayas conocido (risas). Pero en verdad, hay una línea que nos hermana y tiene que ver con esa idea de una especie de Internacional Progresista, o Internacional de la Solidaridad de los Pueblos, como diríamos con mi amigo Leandro Santoro.

– A propósito, te hemos visto con intensa actividad intelectual en estos días. ¿Cómo hace un militante de años para dejar lo real e invertir su tiempo en el estudio y la lectura?
– No son incompatibles y es cierto que hay un cierto menosprecio por lo teórico. En lo personal, como creo que le pasa a muchos intelectuales, hay una dura tarea de conjugar la praxis con la teoría política. La realidad muchas veces derrumba bibliotecas enteras llenas de manuales de ciencia política, y desde esa perspectiva a veces se sufre porque no hay respuestas científicas eficaces para resolver problemas del día a día. Pero creo que hay un desafío para nosotros, que es la profesionalización del militante para encontrar nuevas herramientas para el cambio social. En ese sentido, pienso que los militantes debemos apelar a la formación integral para seguir transformando porque las experiencias “de campo” valen como recuerdo y caducan al tiempo. Es necesario estudiar para entender las claves de la superficie donde practicamos la política. Sin estudio consciente hay un riesgo de entorpecer la dura tarea de poner el cuerpo todos los días por el otro.

– ¿Cómo encara la tarea un intelectual cuando debe hacer de mediador entre los representantes y representados para reformar la conciencia de clase?
– ¿Te refieres al papel del intelectual orgánico o traductor político? En primer lugar, no me lo creo. Escribo para mis compañeros y amigos, como un militante más. Pero te contaba que mi biblioteca es errejonista, y por lo tanto, no adhiero al concepto de “falsa conciencia” según el cual una minoría esclarecida debe sacar vendas al resto de la gente que “está dormida”. Además de sonarme muy altanera esa visión de la política y de la vida, considero que no existe ab-initio tal cosa como un pueblo, porque además de ser una atribución muy pretensiosa, nos ha llevado a muchas confusiones. Lo he escrito muchas veces en mis ensayos, siempre digo que los progresistas venimos de una especie de tradición marxista según la cual hay sujetos que están predeterminados por la economía, donde los pobres ya pertenecen a un bloque y los ricos a otro. Y luego viene la explicación (discurso como envoltorio a todo eso que ya está dicho).

Más allá de que pueda tener algo de cierto el aspecto de la lucha o del enfrentamiento del nosotros-ellos, creo que los ejemplos actuales abundan y esa teoría no ha servido para explicar fenómenos y mucho menos para fijar horizontes y metas comunes. En realidad nos inclinamos a pensar que “pueblo” es una construcción que se realiza discursivamente, atribuyendo roles, distribuyendo actividades, tareas, ubicando sujetos y recreando o extendiendo las fronteras de lo posible. Además, creemos en la política activa donde participan todos, no en esa figura del “sabio rey” de Platón, porque la gente vota y tiene que seguir participando de manera activa. La democracia no es solo un método de elección de ofertas electorales y quedarse en casa esperando que un técnico resuelva los problemas. Es mucho más.

– Perdón, ¿podrías explicar este punto para que entienda la gente común?
– A ver. Digo que en política las posiciones, las voluntades y las lealtades, no corresponden desde el inicio a un bloque social específico sino que se construyen discursivamente. No existe tal cosa como una distribución o económica de sujetos y luego a eso se le añade un discurso más o menos lindo. Y esto tampoco tiene que ver exclusivamente con las explicaciones que se den de las decisiones políticas. Hablo de discurso no en el sentido de oratoria, sino de conjunto de elementos para la construcción de sentido común. Por ejemplo, los neoliberales además de los diarios o la televisión, han utilizado otros dispositivos como novelas, el cine hollywoodense, o plataformas no políticas donde también se ordena la discusión y se diseña sentido común (por ejemplo los programas de cocina donde disimuladamente bajan consignas políticas resueltas, también crean narrativas).

Ellos han sabido gestionar y administrar miedos, tensiones y crear esperanza desde el no-conflicto. En este sentido, creo que el campo nacional y popular y cualquier otra organización social debe unirse para generar una opción clara pero en primer lugar debemos comprender este fenómeno que padecemos todos los días. Hay veces que pienso que todavía no entendemos que ha pasado en Argentina. Algunos porque piensan que es un accidente pasajero, otros porque subestiman la capacidad de construcción del adversario y nuestra respuesta siempre ha sido culpar o insultar a los votantes macristas. Eso no es una estrategia sino más bien un enojo visceral que destruye posibilidades y aleja de lo que aspiramos, que es unidad del bloque de los de abajo.

– Siempre hablas de construir un pueblo… ¿Qué significa?
– Decía hace un momento que si no entendemos que ha pasado en estos años no podremos construir una nueva mayoría electoral, y mucho menos un nuevo segmento social y político mayoritario. En fin, decía que la política no es una operación matemática según la cual la gente entiende que le están quitando derechos de manera más o menos automática, sino que debe ser explicado con mayor potencia que el adversario, con otras herramientas. No hay que esperar un fin de ciclo por decantación, sino que hay que construir un pueblo o una mayoría nueva para el próximo gobierno popular. Cuando hablamos de construir un pueblo o diseñar una comunidad a la cual le propongamos nuevos horizontes, donde seamos capaces de extender el universo de lo posible, hablamos de crear un pueblo. Un pueblo, reitero, no es una cosa que está dada y espera que alguien lo represente. Es una visión, en mi opinión, dañina a los movimientos populares.

Cuando hablamos de populismos, por ejemplo, las derechas latinoamericanas han utilizado el término para impugnar los movimientos plebeyos que conquistan y ratifican permanentemente derechos, que son de mayor actividad social y participación política, pero también está esa duda teórica donde debatimos la existencia de “pueblos” “de derecha” o “de izquierda”. En Europa, por ejemplo, puede hablarse de una escalada reaccionaria que también construye “sus” pueblos. Y son de derecha, son conservadores. Entonces, hay un debate que ha resurgido sobre los populismos, y que las elites de estas latitudes han hecho ignorar para reemplazar las formas de política tumultuosa, donde ganan los de abajo, por una democracia delegativa, de baja participación, donde mandarían técnicos no manchados por el proceso de politización. Es la farsa conservadora que intenta despedazar lo colectivo y lo solidario por una forma de democracia puramente mecanicista o procedimental donde solo vamos a votar a candidatos marquetineados y el resto de nuestra vida está para pagar impuestos y consumir bienes y servicios mientras miramos “lo real” desde casa. Es peligroso porque genera obediencia política y desmovilización con muy poco. Esa política de naturalización de las desigualdades, de un “fin de la historia” debe ser combatido con nuestras armas.

– En este sentido, ¿crees que puede pensarse en una larga pausa del populismo o el progresismo en América Latina?
– Hay un debate a nivel mundial con respecto al populismo, y si existe solo un populismo progresista también hay un populismo más reaccionario, que sería lo que llaman derecha. No soy amigo del eje izquierda-derecha porque me parece que nos daña más a los socialdemócratas o progresistas, prefiero el abajo-arriba para explicar la línea que divide el nosotros-ellos. Antes hay que decir que las élites en nuestros países han utilizado el término populismo como artefacto denigratorio, como un arma arrojadiza para impugnar las conquistas que apuntalaban a los sectores bajos para ascender en la pirámide social. En lo personal, considero que populismo no es una ideología como lo plantea el bloque conservador sino más bien es una forma.

El populismo es un modo de intervención ciudadana que reivindica lo plebeyo y lo tumultuoso de la vida política, que no es otra cosa que una manera participativa en la experiencia política que otorga un fuerte protagonismo a “los de abajo”, nunca bien ponderado por los privilegiados que han saqueado nuestros países. Creo que hay que romper con esa vieja utopía conservadora que solo se refiere a experiencias concretas pero no tiene nada de científico. No creo que los sectores progresistas se hayan resignado, pero queda claro que la pelea se da en condiciones desiguales donde el adversario tiene todos los medios a su disposición y los grandes poderes de su lado. Veo un escenario de trincheras, de resistencia y me cuesta vislumbrar en lo inmediato alguna ofensiva progresista. Como diría García Linera, hay que esperar la próxima oleada y prepararnos para ser mejores. Sobre todo para ir por lo que no pudimos o no supimos transformar.

FUENTE: Revista La Circular
Fotos: Walter Roldán
Agradecimientos: Sixto Bar – Marcos Visozo Libros