Lunes 18 de enero, 16 horas. El calor intenso y la humedad característica del Conurbano bonaerense hizo que el clima esté aún más pesado de lo habitual. Arriba el sol, radiante como siempre, y abajo el ruido habitual del centro de Castelar: las formaciones del tren Sarmiento pasando por las vías. Una y otra vez. Y allí, enfrente de ellas y cerca de la estación, está este histórico lugar al que El Destape acudió para conocer de cerca una historia emocionante. Ya cerrado hace varios meses y con una deuda millonaria que pagar, el Bowling Palo's ha bajado la persiana tras 50 años de atención al público y constante diversión a pocos pasos del ferrocarril.

Allí esperó Romina Valentino, una de las dueñas de este local familiar por el que han pasado infinidad de artistas y personalidades destacadas. Sin embargo, allá por el año 2004 hubo una personalidad que brilló mucho más que el resto. Tuvo más luz que las que integran este local, e hizo más ruido que las canciones de la llamativa rockola que aún se encuentra en el establecimiento. Esta persona fue Diego Maradona.

 

En medio de su rehabilitación en la Clínica Parque, ubicada en Ituzaingó (Parque Leloir), el Diez comenzó uno de sus tantos domingos en el recinto sanitario sabiendo que la diversión lo esperaría un par de horas después. Y fue en el Bowling Palo's donde despuntó sus habilidades con las bochas. Ahí no había grandes bolos como los que sabía manejar el mítico Pedro Picapiedra, pero sí existían esféricos más pequeños y no menos pesados.

"Hacía jueguitos con el pie y la cabeza", contó Romina Valentino, aún perpleja debido al peso de las bochas: aproximadamente pesan 1,5 o 1,7 kilo. Y la justificación es fácil de encontrar: "Es Maradona". Y así era Diego. Se la pasó casi dos horas en la línea 5 del lugar jugando al bowling, intentando mejorar su puntería y buscando ese famoso strike por el que todos los aficionados de este deporte llegan al sitio de lanzamiento con optimismo.


Fuente: El Destape