Fue una ceremonia formal, pero inusualmente teñida de cariño, admiración y agradecimiento: ayer, al caer la tarde, la embajadora de Francia otorgó al infectólogo argentino Pedro Cahn la Orden Oficial de la Legión de Honor, distinción creada por Napoleón Bonaparte en 1804 para reconocer a personalidades destacadas del ámbito civil o militar, y la más importante concedida por la presidencia de Francia. Amigos y familiares, figuras destacadas de la medicina y la investigación, colegas y periodistas se dieron cita en los salones del palacio Ortiz Basualdo, en la Avenida 9 de Julio y Arroyo, para homenajear toda una vida de entrega a la salud pública, desde que, a comienzos de los años ochenta, a Cahn le tocó tratar al primer paciente argentino infectado por un microorganismo que en ese momento no se conocía y, luego se supo, desencadenaría una epidemia mortífera y global: el VIH. Allí estaban Nicolás Kreplak, actual ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires, Marcelo Figueiras, presidente de Laboratorio Richmond, Ignacio Maglio, jefe del departamento de Riesgo Médico Legal del Hospital Muñiz,  Zulma Ortiz, sanitarista y ex ministra de Salud de la Provincia de Buenos Aires, Jorge Geffner, investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA, el cardiólogo Jorge Tartaglione, ex presidente de la Fundación Cardiológica Argentina, el infectólogo Gustavo Lopardo, coordinador docente en la Fundación del Centro de Estudios Infectólogicos (Funcei) y consultor del Hospital Bernardo Houssay, Alicia Bañuelos, Ministra de Ciencia y Tecnología de San Luis y rectora de la Universidad de La Punta, entre otros. 

Pedro Cahn fue condecorado con la Legión de Honor

Madame Claudia Scherer-Efosse repasó la tarea de Cahn al frente de la sección Infectología del Hospital Fernández y, luego, la creación de la Fundación Huésped (una ONG sin fines de lucro con la que hoy colaboran más de 200 personas, y más de 90 dedicadas a la investigación en diferentes disciplinas de las áreas biomédicas y sociales), su trabajo como presidente de la Sociedad Internacional de Sida y sus contribuciones como investigador, una de las cuales fue demostrar mediante un ensayo clínico realizado en el país (el estudio Gardel), que era posible administrar dos antirretrovirales en lugar de tres para controlar la infección. Este tratamiento resultó mucho menos tóxico y más económico, y en 2016 su adopción fue recomendada durante la XXI Conferencia Internacional sobre Sida y es el que se utiliza en la actualidad. También destacó sus aportes durante la pandemia, y resaltó su empatía y los valores que en todo momento traduce en su práctica de la medicina: “Es imposible referirse a usted sin destacar su calidad humana”, subrayó Scherer-Efosse.

A su turno, después de ser condecorado, Cahn agradeció la distinción haciendo mención a quienes lo antecedieron, "especialmente, Estela de Carlotto", dijo. Aquí, algunos párrafos de su discurso de aceptación: 

La historia de la lucha contra el sida es mucho más que una gesta médica. La transformación de una enfermedad uniformemente mortal en una patología crónica, como la diabetes o la hipertensión, con la cual se puede convivir, es un hecho extraordinario que ha salvado millones de vidas, en su mayoría de personas jóvenes, y ha evitado -al mismo tiempo- decenas de millones de nuevas infecciones.

Nada de esto hubiera sido posible sin el intenso trabajo de investigadores básicos, clínicos y sociales, así como de los otros miembros del equipo de salud.

Pero ninguno de estos logros se hubiera podido alcanzar sin la participación activa de las comunidades de personas viviendo con o afectadas por el HIV. Fue a través de la lucha, la vocalía y el reclamo que las comunidades afectadas lograron presionar a las autoridades de los organismos internacionales y a los decisores políticos de cada país para acortar plazos, destrabar burocracias, levantar barreras y reunir fondos que permitieran concretar esos avances.

Nuestro mundo tiene, particularmente en el siglo XXI, un signo preocupante: la desigualdad creciente entre países y dentro de cada país. Esa desigualdad se manifiesta no solo en la disparidad de ingresos, sino también en el acceso a bienes elementales como el agua potable y las redes cloacales, un techo digno, la educación de calidad y la salud pública, incluyendo las vacunas.

En el plano del HIV/sida esto es aún más evidente. En el África sub-sahariana vive aproximadamente el 8% de la población mundial, pero esa región aporta dos de cada tres casos de personas viviendo con el virus, así como una proporción similar de muertes y nuevas infecciones.

No hace falta irse al África para comprobarlo. América Latina no es la región más pobre, pero sí la más desigual. Y también en Argentina se ven afectadas mayoritariamente las comunidades más postergadas.

La epidemia tiene dos fuerzas motrices: el estigma y la discriminación. La alta incidencia de la infección en las denominadas poblaciones claves (hombres que tienen sexo con otros hombres, mujeres transgénero, personas que usan sustancias, trabajadoras sexuales, entre otras) ha generado dos consecuencias negativas en gran escala: la falsa creencia acerca de la inexistencia de riesgo para quienes no pertenecen a esas poblaciones, y la criminalización de hecho y aún de derecho contra las mismas.

La creciente presencia de discursos de odio genera un clima sumamente preocupante, acortando los límites entre las palabras y los actos de violencia. Lamentablemente, en varios países esos discursos se cristalizan en fuerzas políticas que aspiran –y en algunos casos consiguen– hacerse del poder político. Los destinatarios de estos discursos de odio pueden ser las mujeres y disidencias, migrantes, integrantes de etnias diversas o, simplemente, pobres que reclaman por el acceso a una vida digna. El odio no es más que la expresión pública del rechazo del otro y atenta gravemente contra la convivencia pacífica en nuestras sociedades.

Quiero incluir en estas palabras una frase que me inspiró desde muy joven: quien no forma parte de la solución forma parte del problema. Quien no toma posición frente a la injusticia, la desigualdad, la discriminación y el odio, los permite, aun sin saberlo.

Pedro Cahn y familia, en pleno

Esa mirada me impulsó a inscribirme en la carrera de medicina y esa mirada, esa búsqueda de ser parte de la solución, fue guiando todos mis pasos profesionales. No fue fácil el recorrido, no lo es muchas veces en la actualidad.

Esta pandemia es la tragedia de nuestra generación. En un mundo globalizado, apareció un nuevo virus del que poco sabíamos, sin vacuna ni cura. El equipo de salud que estuvo en la primera línea de respuesta merece mucho mayor reconocimiento que el que recibe, no tengo dudas.

Si el COVID-19 hubiera aparecido hace 40 años, probablemente yo habría estado en el Hospital Fernández como médico interno de terapia intensiva colocándole el respirador a los pacientes. En esta etapa de mi vida me tocó un rol diferente, participar del grupo de colegas que asesoramos ad-honorem al Ministerio de Salud y, desde ese lugar, también intentar acercar información a la ciudadanía para extremar los cuidados, disminuir los miedos y buscar, con las pocas herramientas con las que contaba el mundo por entonces, reducir al mínimo posible la mortalidad.

Algunas pocas, pero fuertes certezas que teníamos al comienzo de la pandemia siguen vigentes: una de ellas, el rol indelegable del estado en la garantía del acceso a la salud y la promoción de la ciencia. También sabíamos y sabemos que cuando se mezcla la política partidaria en temas de salud pública, hacemos mala política y peor salud pública.

Sabíamos y sabemos que nadie se salva solo; ni una persona, ni un país. Los bienes públicos globales benefician a todos los países, a todas las clases sociales y a todas las generaciones. Lo aprendimos en los más de 30 años de respuesta al HIV/sida con los antivirales. Aplica para las vacunas Covid-19 y su distribución. Sin embargo, el mundo sigue repitiendo errores. El acceso a las vacunas sigue siendo un objetivo lejano para muchos países de ingresos bajos.

Recibo esta distinción de manos de la señora embajadora, como embajador a mi vez de los equipos de trabajo que me acompañaron en la tarea.

Soy solo la cara visible de un gran equipo de trabajadores incansables pero, sobre todo, grandes personas. También cabe reconocer a quienes, sin trabajar en ella, apoyan a diario el trabajo de la Fundación. A todos ellos les corresponde una buena parte de esta condecoración.

Muchas gracias Francia, muchas gracias señora embajadora y todo el equipo de la embajada, muchas gracias a mis amores, colegas y amigos por estar conmigo en esta noche inolvidable.